Eduardo Santana era reportero de Radio Orinoco, emisora dirigida en tiempo de las guerrillas por Juan Parra Tovar, quien lo mandó a buscar a su casa, expresamente en un taxi, para ponerlo al tanto de la noticia de un suceso trascendente que se estaría gestando en el seno de un grupo guerrillero llegado al Estado Bolívar.
“La noticia del año aquí en nuestras narices y tú jugando ajedrez con Adelaida”, lo increpó el director de la emisora al tiempo que lo enteraba de la inminencia de una invasión a la reclamada Zona del Esequibo por parte de guerrilleros del Oriente.
Luego le ordenó buscara el grabador y fuera de inmediato a la Plaza Bolívar , cuidándose de la competencia, donde lo esperaba el Comandante Pablo y su ayudante Olga para el anuncio respectivo.
El Comandante Pablo se había fugado de La Pica días antes, de manera que al colega le cuadraba la información, acentuada además por el hecho de que Parra Tovar, quien tenía fama de tacaño, lo había mandado a buscar en taxi.
Armado de valor, grabador y micrófono, Santana subió tres cuadras hasta la Plaza Bolívar y vibró de emoción al ver a un hombre de gorra, camisa verde oscura, botines, y una mujer, ambos muy juntos sentados en un banco.
Inquieto y nervioso, dio en torno a la pareja una y otra vuelta. La pareja se hizo la desentendida y no le paró al comienzo, pero luego lo miró fijamente y se tornó recelosa, en el momento preciso en que Santana, micrófono en mano, se arriesgó y le lanzó a la volandera la primera pregunta:
- Buenas tardes, mucho gusto, yo soy Santana, el reportero de Radio Orinoco ¿Para cuándo entonces es la cosa?
El tipo con su chama, sonrió ingenuamente y por quitarse al intruso o seguirle la corriente, respondió:
- Eso es hierro y hierro.
- ¿Qué día y a qué hora?
- Al amanecer
- ¿Están bien armados, entonces?
- Claro, con todos los hierros, y que lo confirme ella.
Santana miró sonriente a la dama, le tendió la mano, y al sentir un tanto áspera la de ella, imaginó lo agreste de la montaña y el manejo constante del fusil, pero, bueno, no había tiempo que perder. Cortó la entrevista un tanto bloqueado por la emoción y voló a lanzar con fanfarria la primicia del año.
El Gobernador Carlos Eduardo Oxford Arias se afeitaba en la Barbería Madrid cuando Santana, bajando casi a brincos la empinada calle Bolívar del Casco Histórico, le hizo señas para que sintonizara la radio y escuchara la noticia que minutos después, adobada por su imaginación, salía al aire sacudiendo a toda la población.
Concluido su trabajo, Santana volvió a subir, esta vez para compartir la primicia con el diario El Bolivarense en la persona de su director, Andrés Bello Bilancieri. El Gobernador al verlo salió a la calle con pechera blanca y rostro enjabonado:
- Santana, ¿qué loqueras son esas?
- Ningunas loqueras, doctor. Mañana usted lo confirma o lo niega.
El director de El Bolivarense le pidió redactara tres cuartillas para abrir a página completa y Santana escribió una novela.
La noche de ese día, Eduardo durmió en la Radio para no perderse detalle de las posibles repercusiones de su noticia. Se levantó más temprano que nunca y a las seis de la mañana salió a comprar la prensa, pero su noticia no apareció por ningún lado ¡Qué frustre! A esa misma hora despertó a Bello Bilancieri y éste respondió: “Qué lavativa, Santana, mañana hablamos” y trancó el teléfono. Todo había sido una imperdonable broma, una más del colega Enrique Aristeguieta, que Parra Tovar se tragó completa y de paso embarcó a un veterano de fuste, ruedo y tablero, como Eduardo Santana Quevedo. (AF)