El fallecimiento de dos figuras cumbres de las letras universales coincidió en
el tiempo: Miguel de Cervantes Saavedra, quien dejó de existir en Madrid
el 22 de abril de 1616 y al siguiente día del mismo mes y año expiró
también en la ciudad inglesa de Stratford, William Shakespeare.
A la orilla del río Avon se levanta un museo, una iglesia y un
teatro. El Museo es la casa donde nació Shakespeare (1564) y
que conserva todo lo que ha sido posible rescatar y que tiene íntima relación
con su vida y sus obras. En la Iglesia, llamada La Trinidad, encasillados
en una tumba, reposa la blancura espectral de sus restos y en el
Teatro iluminado con el resplandor inagotable de su nombre, periódicamente
van los grandes actores a encarnar los personajes y los conflictos tan reales y
humanos de sus libros. También hay una biblioteca y un monumento grandioso a su
memoria. Es como si la bella ciudad de Stratford convertida en uno de los
centros universales del arte y la que tuve la fortuna de visitar en 1978,
estuviera dedicada o fuera sola de Shakespeare. En ella nació cuando su padre
era un humilde carnicero y en ella murió como ignorando al mundo que exaltaría
la calidad de su obra, solo comparable a la de Cervantes con la diferencia que
“el genio español creo dos personajes que son síntesis de la humanidad y el
inglés se prodigó en tantos, que ha podido decirse que nadie
ha creado más que Shakespeare después de
Dios”.
Y es rotundamente coincidencial que Miguel de Cervantes Saavedra, dramaturgo,
poeta y novelista, autor del Ingeniosos Hidalgo don Quijote de La Mancha,
considerada como la primera novela moderna de la literatura universal,
haya muerto también la misma fecha. Cervantes murió de hidropesía a
los 69 años de edad. Había nacido en Alcalá
de
Henares el 29 de
septiembre de 1547. Fue primero soldado y peleó en la batalla de Lepanto donde
perdió la mano izquierda. Su vida fue como una novela teñida de aventuras, de
crueles sufrimientos, del más puro heroísmo y del color gris de las penurias. (AF)
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