El
vals, esa danza cadenciosa y elegante que empezó a extenderse en Europa a fines del siglo 19 y que más tarde
popularizó Strauss, llegaría alguna vez a tocar las puertas de Venezuela y a extenderse por toda la geografía nacional a través de las victrolas y auto-fónicas de cuerda que eran
artefactos asequibles sólo para determinada clase. Los que no podían disfrutar de una
victrola en su casa se conformaban con valses
de las retretas o cuando algún grupo musical del pueblo se declaraba en asueto y se ponía alegrar a los moradores. En Zaraza, un muchacho llamado
Telmo Almada que tocaba bien el cornetín fue uno de los tantos músicos que se extasiaron en el vals importado que se popularizó
en Venezuela tanto como el joropo. El vals
siempre ha sido la danza de etiqueta
y ella dominó durante una época la sensibilidad del venezolano.
Telmo
Almada en Zaraza, hasta la edad de 23 años y después que se integró a Ciudad Bolívar, estuvo ganado por la cadencia de este baile y de esta música
de origen alemán. Como músico que fue desde muy joven nunca estuvo
satisfecho con ejecutar los valses que
llegaban de fuera sino que creó más de 200 composiciones que andan rodando por todo el territorio y quién sabe si más allá porque Telmo
Almada era un romántico como Félix
Mejías que nunca se ocupó por conservar, registrar y legalizar sus creaciones musicales sino que luego que sa lían de sus arpegios quedaban libres como
el viento. Por eso este músico que cumple
año de nacido el 14 de abril, se limitaba a decir que durante su
vida de artista compuso más de 200 valses, pero ni un papel ni una grabación se hallaban en su humilde casa,
tan sólo un piano moderno que contrastaba con la pobreza de la casa y una guitarra con la cual recreaba su espíritu en esa
soledad en que desde el año 1971 lo
sumía en una ceguera.
Un
hijo con melena de hippie lo acompañaba en su
senectud, una senectud que a duras penas soportaba
los días, esos días en los que muy escasamente se oían las
composiciones de este hombre para quien la luz dejó de existir en
medio de una soledad estremecida por azarosos recuerdos.
Los recuerdos, que en junio de
1972 cuando visitamos la casa de Telmo Almada, salieron de su mutismo y se
convirtieron en palabra viva por la intromisión y preguntas del periodista.
Entonces el músico fue hilvanando a la Ciudad Bolívar del Año 23. El América con su cine silente y la orquesta que daba vida a la función
del celuloide vivo en el gesto y muerto en la palabra.
Nicanor
Santamaría a quien esta ciudad le debe un homenaje que hasta ahora no ha tenido la decisión de cumplir; Miguel y Ramón Delgado,
Luis Rafael García Parra, Ramón Díaz, Manuel Díaz, Antonio León Rubio y tantos otros músicos, casi todos muertos, que
dieron alegría a una época que muy pocos recuerdan
ya en esta ciudad angostureña. La Banda
Dalla Costa, de la cual fue primero
Sub-Director y después Director.
Canciones de Himeneos, los tangos,-los Fox Trot, las serenatas ventaneras y
cuántas cosas más prolíficas de hablar. Pero el tiempo para el artista pasó y sólo vivió en su retiro esperando lo que habría de llegar como llegó irremisiblemente. (AF)
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