miércoles, 19 de junio de 2019

Telmo Almada


El vals, esa danza ca­denciosa y elegante que empezó a extenderse en Europa a fines del siglo 19 y que más tarde popularizó Strauss, llega­ría alguna vez a tocar ­las puertas de Venezue­la y a extenderse por to­da la geografía nacio­nal a través de las victrolas y auto-fónicas de cuerda que eran artefac­tos asequibles sólo para determinada clase. Los que no podían disfrutar de una victrola en su casa se conformaban con valses de las re­tretas o cuando algún grupo musical del pue­blo se declaraba en asueto y se ponía ale­grar a los moradores. En Zaraza, un muchacho lla­mado Telmo Almada que tocaba bien el cornetín fue uno de los tantos músicos que se extasia­ron en el vals importa­do que se popularizó en Venezuela tanto como el joropo. El vals siempre ha sido la danza de eti­queta y ella dominó du­rante una época la sen­sibilidad del venezolano.
       Telmo Almada en Zara­za, hasta la edad de 23 años y después que se integró a Ciudad Bolí­var, estuvo ganado por la cadencia de este bai­le y de esta música de origen alemán. Como músico que fue des­de muy joven nunca es­tuvo satisfecho con eje­cutar los valses que llegaban de fuera sino que creó más de 200 composiciones que an­dan rodando por todo el territorio y quién sa­be si más allá porque Telmo Almada era un romántico como Fé­lix Mejías que nunca se ocupó por conservar, re­gistrar y legalizar sus creaciones musicales sino que luego que sa lían de sus arpegios quedaban libres como el viento. Por eso este mú­sico que cumple año de nacido el  14 de abril, se limi­taba a decir que durante su vida de artista com­puso más de 200 valses, pero ni un papel ni una grabación se hallaban en su humilde ca­sa,  tan sólo un piano moderno que contrastaba con la pobreza de la casa y una guitarra con la cual recreaba su espíritu en esa soledad en que des­de el año 1971 lo su­mía en una ceguera.
Un hijo con melena de hippie lo acompañaba en su senectud, una senec­tud que a duras penas soportaba los días, esos días en los que muy es­casamente se oían las composiciones de este hombre  para quien la luz dejó de existir en medio de una soledad estremecida por azarosos recuerdos.
Los recuerdos, que en junio de 1972  cuando visitamos la casa de Telmo Almada, salieron de su mutismo y se con­virtieron en palabra viva por la intromisión y pre­guntas del periodista.
Entonces el músico fue hilvanando a la Ciudad Bolívar del Año 23. El América con su cine silente y la orques­ta que daba vida a la función del celuloide vivo en el gesto y muerto en la palabra.

Nica­nor Santamaría a quien esta ciudad le debe un homenaje que hasta ahora no ha tenido la deci­sión de cumplir; Miguel y Ramón Delgado, Luis Rafael García Parra, Ra­món Díaz, Manuel Díaz, Antonio León Rubio y tantos otros músicos, casi todos muertos, que dieron alegría a una épo­ca que muy pocos re­cuerdan ya en esta ciu­dad angostureña. La Banda Dalla Costa, de la cual fue primero Sub-Director y después Di­rector. Canciones de Hi­meneos, los tangos,-los Fox Trot, las serenatas ventaneras y cuántas cosas más prolíficas de hablar. Pero el tiempo para el artista pasó y sólo vivió en su re­tiro esperando lo que habría de llegar  como llegó irremisiblemente. (AF)

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