sábado, 15 de febrero de 2020

ANTONIO SIGISBERTO PULIDO


 Este ilustre zapatero de la Calle Venezuela vino al mundo un 9 de julio de 1905, cuando Ciudad Bolívar se alumbraba con faroles en las esquinas y gas acetileno en los hogares de la gente encopetada
Los faroleros salían a las seis de la tarde a recorrer la ciudad con una escalera y una lata de kerosén.  La luz eléctrica llegaría después, el 5 de julio de 1911, de manera que Antonio Sigisberto Pulido no tuvo edad para apreciar la ciudad de los faroles románticos que en la imaginación de su tocayo Saint Exupery alumbraba el asteroide B-612 de de El Principito.
      Antes de practicar el oficio de zapatero, Pulido trabajó en la Cervecería de Ciudad Bolívar de la avenida Germania donde maestros cervecero alemanes fabricaban la  famosa Pilsen de gran demanda en la capital y el resto del Sur del Orinoco.  Allí conoció por primera vez el hielo, quizás antes de que llegara al Macondo maravillado con la alfombra voladora de Melquíades.
      Tenía 17 años cuando comenzó a aprender el oficio con Jesús María Quijada, zapatero margariteño llegado a las riberas del Orinoco en uno de esos barcos de chapaleta que hacían la navegación de cabotaje entre Trinidad y San Fernando de Apure haciendo su escala mayor en Angostura.
      Después que aprendió lo suficiente viajó a Caracas como administrador de una Zapatería que allá había montado el comerciante guayanés César Alcalá.  En 1934, cuando en la ciudad de los techos rojos corría la voz prediciendo el inminente final del dictador Juan Vicente Gómez, regresó a Ciudad Bolívar con bagaje y experiencia cabales como para independizarse montando, como en efecto lo hizo,  su propio taller de zapatería. Su antiguo maestro Jesús María Quijada pasó a ser su oficial. Entonces el par de zapatos más caro costaba 40 bolívares y 20 el más barato y era que un kilo de suela costaba 2 bolívares.
      1934 al 45 consideraba Pulido su mejor época y la relativamente mala a comienzos de los años setenta cuando por carencia de recursos humanos se veía obligado a operar con un cuarto de máquina.  El bum del hierro, el diamante y el oro copaba el recurso humano posible para  la artesanía del zapato.  Igual ocurría a sus competidores artesanos de entonces Palazzi, Santos Rodulfo y Arístides Castro.
El 22 de octubre de 1975, por la noche, Antonio Pulido fue objeto de un homenaje organizado por la Cámara de Pequeños y Medianos Industriales y Artesanos  de Ciudad Bolívar dada su suerte y constancia de ser el único sobreviviente de toda una legión de artesanos que  se iniciaran como zapateros a comienzo de los años 30.
      Don Antonio Pulido, de piel oscura como sus ascendientes, pero siempre bien vestido con chaleco, bastón y sombrero chambergo, había cumplido 46 años confeccionando zapatos a punta de aguja y a un precio que generalmente y no obstante la calidad óptima del producto,  estaba muy por debajo del valor del zapato de manufactura  nacional o extranjera.
      Todo tipo de calzado confeccionaban las manos expertas del viejo artesano, incluyendo el ortopédico, pero debido a la competencia del mercado surtido industrialmente por las modernas tecnologías del calzado y a la escasez de artesanos del oficio, debía limitarse a una producción por encargo, limitada, apenas unos diez pares semanalmente.
      Decano de los zapateros artesanos de la ciudad, Pulido ostentaba el mérito de ser pionero del movimiento  obrero y artesanal  organizado desde los tiempos de la dictadura gomecista y desde allí alentó  a los caleteros para que emprendieran una protesta contra el Administrador de la Aduana que había comprado un camión para competir ventajosamente contra ellos.  Pero como eran tiempos de la dictadura la protesta no surtió el efecto deseado sino que se volvió bumerang contra unos cuantos.
      Pulido fue uno de los primeros en introducir la motocicleta en Ciudad Bolívar.  Por las tardes y con mayor justificación domingo y días feriados, hacía tronar su máquina calle arriba y calle abajo, pero a velocidad moderada.  La costumbre de pasear en moto le duró hasta 1968 cuando las máquinas se multiplicaron y llenaron las calles de la ciudad con su secuela de accidentes, pérdidas de vidas, lisiados y ruidos ensordecedores.
      Un día visitando su taller, Pulido me confesó que el secreto del buen zapato tiene mucho que ver con que esté bien montado en su horma pero en buena suela y cocido.  El zapato actual no es que sea malo, lo malo es el material.  No es suela legítima.  La duración también vinculada a lo bueno,  depende de otros factores.  Si se es “pata caliente” poco durará.  A su taller ha llegado gente después de 10 años con el mismo par de zapatos, pero la vida ordinaria está presupuestada en tres meses.
      El zapato más grande cocido por Pulido me dijo es el número 48 aunque hoy en día 44 y 48 son números corrientes.  A un niño de 12 años Pulido le hizo zapatos 44.  Aunque parezca mentida los pies ahora son más grandes.  Son patonas las nuevas generaciones.
      Pulido nunca militó en partido político alguno “ni que Dios lo quiera” me contestó, pero cumplía con el deber y derecho del sufragio y  a la hora de hacerlo siempre lo hacía por el de mayores posibilidades.  Pero cuando se lanzó Carlos Andrés, votó por Lorenzo y cuando se postuló Luís Herrera lo hizo por Piñerúa, por lo que se ve nunca acertó, su puntería mejor era con el clásico pespunte del zapato. (AF)

      

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