Este
ilustre zapatero de la Calle Venezuela
vino al mundo un 9 de julio de 1905, cuando Ciudad Bolívar se alumbraba con
faroles en las esquinas y gas acetileno en los hogares de la gente encopetada.
Los faroleros salían a las seis de la tarde a recorrer
la ciudad con una escalera y una lata de kerosén. La luz eléctrica llegaría después, el 5 de
julio de 1911, de manera que Antonio Sigisberto Pulido no tuvo edad para
apreciar la ciudad de los faroles románticos que en la imaginación de su tocayo
Saint Exupery alumbraba el asteroide B-612 de de El Principito.
Antes de practicar el oficio de zapatero,
Pulido trabajó en la
Cervecería de Ciudad Bolívar de la avenida Germania donde
maestros cervecero alemanes fabricaban la
famosa Pilsen de gran demanda en la capital y el resto del Sur del
Orinoco. Allí conoció por primera vez el
hielo, quizás antes de que llegara al Macondo maravillado con la alfombra
voladora de Melquíades.
Tenía 17 años cuando comenzó a aprender el
oficio con Jesús María Quijada, zapatero margariteño llegado a las riberas del
Orinoco en uno de esos barcos de chapaleta que hacían la navegación de cabotaje
entre Trinidad y San Fernando de Apure haciendo su escala mayor en Angostura.
Después que aprendió lo suficiente viajó a
Caracas como administrador de una Zapatería que allá había montado el
comerciante guayanés César Alcalá. En
1934, cuando en la ciudad de los techos rojos corría la voz prediciendo el
inminente final del dictador Juan Vicente Gómez, regresó a Ciudad Bolívar con bagaje
y experiencia cabales como para independizarse montando, como en efecto lo
hizo, su propio taller de zapatería. Su
antiguo maestro Jesús María Quijada pasó a ser su oficial. Entonces el par de
zapatos más caro costaba 40 bolívares y 20 el más barato y era que un kilo de
suela costaba 2 bolívares.
1934 al 45 consideraba Pulido su mejor
época y la relativamente mala a comienzos de los años setenta cuando por
carencia de recursos humanos se veía obligado a operar con un cuarto de máquina. El bum del hierro, el diamante y el oro
copaba el recurso humano posible para la
artesanía del zapato. Igual ocurría a
sus competidores artesanos de entonces Palazzi, Santos Rodulfo y Arístides
Castro.
El 22 de octubre de 1975, por la noche, Antonio Pulido
fue objeto de un homenaje organizado por la Cámara de Pequeños y Medianos Industriales y
Artesanos de Ciudad Bolívar dada su
suerte y constancia de ser el único sobreviviente de toda una legión de
artesanos que se iniciaran como
zapateros a comienzo de los años 30.
Don Antonio Pulido, de piel oscura como
sus ascendientes, pero siempre bien vestido con chaleco, bastón y sombrero
chambergo, había cumplido 46 años confeccionando zapatos a punta de aguja y a
un precio que generalmente y no obstante la calidad óptima del producto, estaba muy por debajo del valor del zapato de
manufactura nacional o extranjera.
Todo tipo de calzado confeccionaban las
manos expertas del viejo artesano, incluyendo el ortopédico, pero debido a la
competencia del mercado surtido industrialmente por las modernas tecnologías
del calzado y a la escasez de artesanos del oficio, debía limitarse a una
producción por encargo, limitada, apenas unos diez pares semanalmente.
Decano de los zapateros artesanos de la
ciudad, Pulido ostentaba el mérito de ser pionero del movimiento obrero y artesanal organizado desde los tiempos de la dictadura
gomecista y desde allí alentó a los
caleteros para que emprendieran una protesta contra el Administrador de la Aduana que había comprado un
camión para competir ventajosamente contra ellos. Pero como eran tiempos de la dictadura la
protesta no surtió el efecto deseado sino que se volvió bumerang contra unos
cuantos.
Pulido fue uno de los primeros en
introducir la motocicleta en Ciudad Bolívar.
Por las tardes y con mayor justificación domingo y días feriados, hacía
tronar su máquina calle arriba y calle abajo, pero a velocidad moderada. La costumbre de pasear en moto le duró hasta
1968 cuando las máquinas se multiplicaron y llenaron las calles de la ciudad
con su secuela de accidentes, pérdidas de vidas, lisiados y ruidos
ensordecedores.
Un día visitando su taller, Pulido me
confesó que el secreto del buen zapato tiene mucho que ver con que esté bien
montado en su horma pero en buena suela y cocido. El zapato actual no es que sea malo, lo malo
es el material. No es suela legítima. La duración también vinculada a lo
bueno, depende de otros factores. Si se es “pata caliente” poco durará. A su taller ha llegado gente después de 10
años con el mismo par de zapatos, pero la vida ordinaria está presupuestada en
tres meses.
El zapato más grande cocido por Pulido me
dijo es el número 48 aunque hoy en día 44 y 48 son números corrientes. A un niño de 12 años Pulido le hizo zapatos
44. Aunque parezca mentida los pies
ahora son más grandes. Son patonas las
nuevas generaciones.
Pulido nunca militó en partido político
alguno “ni que Dios lo quiera” me contestó, pero cumplía con el deber y derecho
del sufragio y a la hora de hacerlo
siempre lo hacía por el de mayores posibilidades. Pero cuando se lanzó Carlos Andrés, votó por
Lorenzo y cuando se postuló Luís Herrera lo hizo por Piñerúa, por lo que se ve
nunca acertó, su puntería mejor era con el clásico pespunte del zapato. (AF)
No hay comentarios:
Publicar un comentario