domingo, 28 de octubre de 2018

SU ÚLTIMA PINTURA FUE EL SIMBOLISMO DE LA MUERTE


El primero de septiembre de 1968, a la edad de 34 años, murió repentinamente en  hotel caraqueño, a causa de un ataque de asma, el pintor Carlos Rufino Sambrano Ochoa (el de la derecha en la foto junto con los pintores Rafael Manzaneda y Jesús
Soto despidiéndose de su madre doña Enma).  Rufino, oriundo de Ciudad Bolívar, era el último de los diez hijos del matrimonio Ramón Sambrano Morales y María Ochoa de Sambrano.
     Vivía este joven artista aislado del bullicio de la ciudad en una casa de terreno amplio, rodeada de árboles frutales y donde frecuentemente pasaban horas de descanso y tertulia los pintores que de otras ciudades venían a exponer en la Casa de la Cultura.
     Hacía pocos días había estado allí en esa casa rústica cercana al Club Buena  Vista La Piscina, el ex Presidente de la Junta de Gobierno, Contralmirante Wolfgan Larrazabal, amigo de él y a quien conoció cuando era Embajador de Venezuela en Chile, pues Carlos Rufino Sambrano estuvo varios años en el país del Sur cursando arte y pintura.
     El mismo día que cundió la noticia de su muerte, podía verse en el taller de su casa fuera de la ciudad, su última obra, un óleo de 30 por 50, aún en el caballete y muy cerca los pinceles, donde figuran muy juntas tres largas deidades con manto negro simbolizando tal vez a Cloto, Láquesis y Átropos, las Parcas dueñas de la vida de los hombres. ¿Premonición?
     Carlos Rufino vivía allí desde su regreso de Chile y desde aquí mantenía una actividad estrecha y fluida con la Casa de la Cultura como miembro de la Comisión de Artes Plásticas de la institución. (AF)

     

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