Quienquiera sea creado del polvo al polvo ha de
regresar
algún día, dijo el poeta Benjamín Moloise en el cadalso por
defender
la igualdad de sus hermanos y Moloise se sintió
fuerte y pudo retornar sereno y
en el polvo está descarnado
su cuerpo como también estará el cuerpo de Mariana.
Mariana, la mamaita-nina de Marisol y de Chemelo, no
conoció a Moloise ni fue al cadalso a pagar una pena
injusta, pero supo de su muerte en las páginas siembre
abiertas
del periódico de papá y ha debido sentir el frío
pasmándose en sus huesos,
ha debido presentir su propia
muerte acechando como fantasma su inquieta
adolescencia,
ha debido intuirla muy
próxima camino de la Universidad o
en ese desvío interminable que al
final la condujo hacia lo
desconocido.
Que habría pensado Mariana
sobre esa deidad que asfixió con
su chal a Isidora Duncan que quería respirar la brisa cabalgando dichosa sobre ruedas; qué habría pensado Mariana sobre
esa tétrica majestad imponderable que no perdona, que no perdonó a Aquiles, ni
a Camus ni Andrés Eloy, que no ha perdonado a ningún periodista ni hijo de periodista, que nunca, para que no exista una gota
de esperanza, ha perdonado a nadie,
ni al propio hijo de Dios ni a su Madre sin pecado original concebida
que también se llamó María como Mariana venida desde lo más profundo del amor. Qué habría pensado Mariana envuelta en
las tablas del silencio. Mariana que a lo mejor fue poeta como Moloise
¿Quién a su edad no lo es? Que como él alentó sentimientos de justicia. ¿Quien
a su edad no los tiene?, Mariana que a lo
mejor fue todo eso y más, no tuvo un cadalso
como el que malogró injustamente la vida del trovador negro, pero tuvo
uno más terrible manejado por arcanos, terrible y desesperante como todos los
cadalsos levantados para inocentes. Ella,
por supuesto, no tuvo tiempo de rezar, decir adiós, ni de ponerse su
traje de novia garza. La sorprendió la
muerte sin más causa aparente que la
verdad de ser bella y radiante como sol naciente, queriendo despertar
rosas y claveles, mañanas hermosas, Colinas fértiles, aves parleras y aguas de
torrenteras.
Recemos entonces por Mariana porque le ha tocado un final incomprensible.
Apenas iniciándose la florescencia del cáliz vino el jardinero y cortó la flor. Lloremos
entonces por Mariana porque ya no estará más en el camino
sino en nuestros corazones. /Américo Fernández.
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