Candelario
nunca dice su edad. Responde que su
madre, tan longeva como él, jamás le dijo dónde, cómo y cuando nació, aunque lo
supone por referencias familiares y se
conforma con la edad mayor o menor que la gente le quisiera calzar. Eso lo tiene sin cuidado. Para él es suficiente sentirse vivo y entero. Por lo tanto, no celebra su cumpleaños como
es tradición popular. Para qué celebrar
un año más de vida que a la postre es un año menos de vida y nadie, como se
sabe, quiere la muerte. Dice creer más en la reencarnación que en la
resurrección. Él mismo se cree una
reencarnación evolucionada, aunque tampoco descarta lo que afirma la ciencia
genética. Según la madre, su inmediato
antecesor siempre se veía joven y lozano
a pesar de su edad avanzada. Lo atribuía
a la receta que en Madrid le dio el conde de Cagliostro, singular personaje
italiano que recorrió las más importantes ciudades europeas sosteniendo poseer
la piedra filosofal y el elixir de larga vida.
El se hizo rico vendiendo el agua de belleza, pero que no le prestó a
una paisana arrugada que lo demandó hasta ser encarcelado en Roma donde murió a
los cinco años de su cautiverio. Honorato de Balzac escribió un cuento sobre ese mágico elixir. (AF)
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