Tengo conocidos que me da gusto verlos y conversar con ellos, sobre todo porque no se enredan, no les gusta complicarse. No pierden su tempo buscándole la quinta pata
del gato. Son francos y abiertos, aunque
algunas veces viven tan intensamente lo que leen que se sienten protagonistas. algo asi como una
variante de la mitomanía que sufría el pintor onírico José Martínez Barrios,
quien sin haber salido nunca del Casco Histórico de la ciudad donde nació y
vivió hasta su muerte, contaba tan vívidamente cuando vivía en el Barrio Latino de París y discutía con
Joseh Albert sobre la interacción de los colores o del gato de Piccaso parecido al que tenía en su casa de la calle Democracia. A propósito no se explicaba por qué la gente se
refería a las cinco patas del gato, a menos -decía- que incluyese el rabo que en todo
caso no calza pezuñas sino peludas antenas que lo guían como el timón a una
embarcación. Un rabo que difícilmente coge candela porque no es de paja como el
de algunos de sus vecinos que no evitan
arrimarse al fogón de su tía. (AF)
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